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domingo, 15 de septiembre de 2013

INTRODUCCIÓN


 


Media verdad, es la peor mentira
Proverbio anónimo judío


Las argumentaciones discursivas, frente a las recurrentes inundaciones en dos ciudades emblemáticas de la Argentina como la mismísima Buenos Aires y La Plata, capital de la principal provincia del país, no deberían sorprender si se toman como parte de una gran paradoja implícita en el discurso ambiental. ¿Hay un solo eje en ese discurso? o dado que precisamente se habla de la agenda ambiental, ¿hay que abrir el análisis a cuestiones de una complejidad desafiante?
En los mismos sitios del conurbano bonaerense donde las inundaciones, matan e hipotecan el futuro de miles de personas, hay otros miles que no tienen agua potable en sus hogares. El exceso y la escasez de agua superpuestos sobre idénticos mapas, no son realidades mágicas surgidas de la pluma fecunda de Gabriel García Márquez. La paradoja, como componente de una contradicción aparente, supone que hay un lado oscuro de la luna. Detrás de cada lugar común en el discurso que escuchamos desde niños, hay otra parte de esa misma realidad que subyace a los ojos y oídos de los ciudadanos. En ese territorio del lugar común, encontramos frases que confirman al lugar común como tal: “Caprichos de la naturaleza”; “el clima es imprevisible”; “la furia del agua”; “no hay manera de parar una tormenta”; “estamos con el agua al cuello y a la buena de Dios”, etc.
El horizonte está surcado de lugares comunes que funcionan como argumentaciones tentadoras para salir airosos de un debate. Un lugar común de la ingeniería hídrica criolla, por ejemplo, afirma que a comienzos del siglo XX, la Argentina era el país líder en América Latina en materia de agua potable y saneamiento[1]. Es un mensaje que lleva a razonar que desde entonces a hoy, el país se zambulló en una decadencia que lo depositó en la situación actual. Lo que está ausente en este caso es la otra parte del relato. Es la parte que lo completa y le da un sentido. Si algo sucede es por la concurrencia causal de factores y no por un simple capricho natural. La parte que seguramente ayuda a entender la pendiente en la que se sumergió el sector hídrico argentino – y no sólo él-, debiera encararse por el lado de las continuas políticas de ajuste que llevaron al Estado a desinvertir en áreas clave del patrimonio nacional como agua y saneamiento, energía, transporte, y la infraestructura en general; sin contar a la madre de todas las actividades: la educación. ¿Será verdad, una media verdad?
El nudo de esta madeja a desenredar, se objetiva en la percepción ciudadana hacia temas que más allá de despertar un instantáneo contrato de solidaridad social, decanta con el paso del tiempo en situaciones de franca apatía. Esto cruza horizontalmente el escenario de las sociedades, al hacerse carne en sectores como el de los dirigentes políticos, los dirigentes sindicales, los empresarios y los propios medios masivos de comunicación. Cuando las aguas bajan, decrece el interés de la gente y se abre una grieta entre el círculo más cercano a las víctimas y el resto del tejido social. Se está entonces muy cerca, de tropezar nuevamente con la misma piedra. ¿Cómo desandar este camino?
El primer ingrediente del discurso social frente a los temas ambientales es la fragmentación. Allí es donde aparecen algunas causas para entender la visión de los ciudadanos frente a estos temas; se ve el árbol y no el bosque. La retórica tiene una figura que explica este tipo de visiones distorsionadas: la sinécdoque,  apelación que confunde al todo por la parte y viceversa. La inundación, vista desde esa perspectiva, sería sólo un problema hídrico y de falta de obras. Se concentran todas las causas en un solo lugar (el escenario hídrico), abstrayendo del mismo la presencia de otros conectores como por ejemplo el ordenamiento del territorio, la planificación urbana y la presencia cada vez más explícita del cambio climático. Así las cosas, la solución llegaría sólo con obras. Es la visión típicamente positivista que induce a pensar que todo tiene solución de la mano de la tecnología, y que ella sola garantiza “domar” a los recursos naturales y sus leyes, para colocarlos en el corral de las otras bestias que ya se han domesticado. “Domesticar” un arroyo, como los varios que cruzan la Capital Federal por ejemplo, es entubarlo, ese fue el paradigma que manejó un sector de la ingeniería hídrica y sanitaria a comienzos del siglo XX, cuando se decidió entubar para construir arriba y no dejar esos arroyos a cielo abierto como sucede en otras ciudades argentinas (Córdoba con su Río Suquía que cruza el centro de la ciudad capital de esa provincia) o cualquiera de las grandes urbes europeas como Londres con el Río Támesis o París con el Río Sena. Se dirá en defensa de quienes decidieron entubar los arroyos porteños, que eran épocas de la fiebre amarilla y que por tanto había que cerrar esas cloacas a cielo abierto. En esa argumentación está claramente definida la relación que históricamente ha entablado  la sociedad porteña con sus arroyos y ríos, confinándolos al triste papel de cloacas. ¿De qué otra manera encuentra explicación, el desarrollo histórico de otros cursos de agua como el Matanza-Riachuelo, el Río de la Plata, el Río Luján y el mismo Río Reconquista? ¿Será que sólo importa el agua cuando falta, cuando inunda o cuando emana un olor pestilente?
En un seminario ambiental que se organizara en Maldonado, Uruguay, un destacado investigador de la Universidad de New York, Tom Gladwin, sorprendió al auditorio compuesto por una mayoría de ejecutivos de empresas petroleras, al afirmar que “la sociedad estadounidense está profundamente convencida de que no vale la pena preocuparse por el cambio climático y la degradación ambiental ya que ellos entienden que finalmente aparecerá la madre tecnología y lo solucionará todo, volviendo las cosas a su situación inicial”. Gladwin, colocaba de esta cruda manera sobre la mesa del debate, el comportamiento de los ciudadanos de la primera potencia mundial, respecto del ambiente y las agresiones que continuamente se le infringen.
Sabemos desde Jung hacia acá, que el inconsciente colectivo es el reservorio vital del que emanan las grandes corrientes de la opinión pública y de sus comportamientos. Después de todo, el sincericidio de Gladwin no expresa otra cosa que el estado del arte de una sociedad hipertecnificada, que se ha revelado eficaz para traspasar las fronteras mismas del planeta y colocar en el espacio exterior, todo tipo de dispositivos que están hoy monitoreando on line las 24 horas de los 365 días del año, el estado de los recursos naturales de la Tierra, sin importar distancias y en los lugares más remotos y ocultos de la Gaia. Esa tecnología es por supuesto amoral y por ende puede usarse tanto para prevenir huracanes y evacuar mega ciudades a un ritmo asombroso, como también para entregar datos precisos para bombardeos quirúrgicos a través de aviones sin tripulación. Aunque no se lo vea por las emisiones de la CNN, las víctimas humanas y los daños irreparables a los ecosistemas donde esas comunidades viven, dan cuenta también de la eficacia de esos mismos dispositivos. 
¿Son los discursos verticales que bajan desde el poder, los que modelan las opiniones de los ciudadanos? o ¿es aconsejable abandonar el esquema piramidal, para leer horizontalmente la formación de opinión pública?. El siguiente tema a definir es ¿dónde está el poder si se trata de cuestiones ambientales?
No caben dudas sobre el grado de sofisticación de los soportes que canalizan la comunicación contemporánea. Poder e información son componentes esenciales en el polinomio y la asimetría entre los términos de esa fórmula, es una de las mayores amenazas a la formación de una opinión pública verdaderamente cercana a esa moneda de dos caras, de la que muchas veces se exhibe sólo una.



[1] Saneamiento es una nomenclatura que la ingeniería hídirica utiliza para aludir a los sistemas cloacales.

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