Media verdad, es la peor mentira
Proverbio anónimo
judío
Las
argumentaciones discursivas, frente a las recurrentes inundaciones en dos
ciudades emblemáticas de la Argentina como la mismísima Buenos Aires y La
Plata, capital de la principal provincia del país, no deberían sorprender si se
toman como parte de una gran paradoja implícita en el discurso ambiental. ¿Hay
un solo eje en ese discurso? o dado que precisamente se habla de la agenda
ambiental, ¿hay que abrir el análisis a cuestiones de una complejidad
desafiante?
En
los mismos sitios del conurbano bonaerense donde las inundaciones, matan e
hipotecan el futuro de miles de personas, hay otros miles que no tienen agua
potable en sus hogares. El exceso y la escasez de agua superpuestos sobre
idénticos mapas, no son realidades mágicas surgidas de la pluma fecunda de Gabriel
García Márquez. La paradoja, como componente de una contradicción aparente,
supone que hay un lado oscuro de la luna. Detrás de cada lugar común en el
discurso que escuchamos desde niños, hay otra parte de esa misma realidad que
subyace a los ojos y oídos de los ciudadanos. En ese territorio del lugar
común, encontramos frases que confirman al lugar común como tal: “Caprichos de la
naturaleza”; “el clima es imprevisible”; “la furia del agua”; “no hay manera de
parar una tormenta”; “estamos con el agua al cuello y a la buena de Dios”, etc.
El
horizonte está surcado de lugares comunes que funcionan como argumentaciones
tentadoras para salir airosos de un debate. Un lugar común de la ingeniería
hídrica criolla, por ejemplo, afirma que a comienzos del siglo XX, la Argentina
era el país líder en América Latina en materia de agua potable y saneamiento[1].
Es un mensaje que lleva a razonar que desde entonces a hoy, el país se zambulló
en una decadencia que lo depositó en la situación actual. Lo que está ausente en
este caso es la otra parte del relato. Es la parte que lo completa y le da un
sentido. Si algo sucede es por la concurrencia causal de factores y no por un
simple capricho natural. La parte que seguramente ayuda a entender la pendiente
en la que se sumergió el sector hídrico argentino – y no sólo él-, debiera
encararse por el lado de las continuas políticas de ajuste que llevaron al
Estado a desinvertir en áreas clave del patrimonio nacional como agua y
saneamiento, energía, transporte, y la infraestructura en general; sin contar a
la madre de todas las actividades: la educación. ¿Será verdad, una media
verdad?
El
nudo de esta madeja a desenredar, se objetiva en la percepción ciudadana hacia
temas que más allá de despertar un instantáneo contrato de solidaridad social,
decanta con el paso del tiempo en situaciones de franca apatía. Esto cruza horizontalmente
el escenario de las sociedades, al hacerse carne en sectores como el de los dirigentes
políticos, los dirigentes sindicales, los empresarios y los propios medios
masivos de comunicación. Cuando las aguas bajan, decrece el interés de la gente
y se abre una grieta entre el círculo más cercano a las víctimas y el resto del
tejido social. Se está entonces muy cerca, de tropezar nuevamente con la misma
piedra. ¿Cómo desandar este camino?
El
primer ingrediente del discurso social frente a los temas ambientales es la
fragmentación. Allí es donde aparecen algunas causas para entender la visión de
los ciudadanos frente a estos temas; se ve el árbol y no el bosque. La retórica
tiene una figura que explica este tipo de visiones distorsionadas: la sinécdoque, apelación que confunde al todo por la parte y
viceversa. La inundación, vista desde esa perspectiva, sería sólo un problema
hídrico y de falta de obras. Se concentran todas las causas en un solo lugar
(el escenario hídrico), abstrayendo del mismo la presencia de otros conectores
como por ejemplo el ordenamiento del territorio, la planificación urbana y la
presencia cada vez más explícita del cambio climático. Así las cosas, la solución
llegaría sólo con obras. Es la visión típicamente positivista que induce a
pensar que todo tiene solución de la mano de la tecnología, y que ella sola
garantiza “domar” a los recursos naturales y sus leyes, para colocarlos en el
corral de las otras bestias que ya se han domesticado. “Domesticar” un arroyo,
como los varios que cruzan la Capital Federal por ejemplo, es entubarlo, ese
fue el paradigma que manejó un sector de la ingeniería hídrica y sanitaria a
comienzos del siglo XX, cuando se decidió entubar para construir arriba y no
dejar esos arroyos a cielo abierto como sucede en otras ciudades argentinas (Córdoba
con su Río Suquía que cruza el centro de la ciudad capital de esa provincia) o
cualquiera de las grandes urbes europeas como Londres con el Río Támesis o
París con el Río Sena. Se dirá en defensa de quienes decidieron entubar los
arroyos porteños, que eran épocas de la fiebre amarilla y que por tanto había
que cerrar esas cloacas a cielo abierto. En esa argumentación está claramente
definida la relación que históricamente ha entablado la sociedad porteña con sus arroyos y ríos,
confinándolos al triste papel de cloacas. ¿De qué otra manera encuentra
explicación, el desarrollo histórico de otros cursos de agua como el
Matanza-Riachuelo, el Río de la Plata, el Río Luján y el mismo Río Reconquista?
¿Será que sólo importa el agua cuando falta, cuando inunda o cuando emana un
olor pestilente?
En
un seminario ambiental que se organizara en Maldonado, Uruguay, un destacado
investigador de la Universidad de New York, Tom Gladwin, sorprendió al
auditorio compuesto por una mayoría de ejecutivos de empresas petroleras, al
afirmar que “la sociedad estadounidense está profundamente convencida de que no
vale la pena preocuparse por el cambio climático y la degradación ambiental ya
que ellos entienden que finalmente aparecerá la madre tecnología y lo
solucionará todo, volviendo las cosas a su situación inicial”. Gladwin,
colocaba de esta cruda manera sobre la mesa del debate, el comportamiento de
los ciudadanos de la primera potencia mundial, respecto del ambiente y las
agresiones que continuamente se le infringen.
Sabemos
desde Jung hacia acá, que el inconsciente colectivo es el reservorio vital del
que emanan las grandes corrientes de la opinión pública y de sus
comportamientos. Después de todo, el sincericidio de Gladwin no expresa otra
cosa que el estado del arte de una sociedad hipertecnificada, que se ha
revelado eficaz para traspasar las fronteras mismas del planeta y colocar en el
espacio exterior, todo tipo de dispositivos que están hoy monitoreando on line
las 24 horas de los 365 días del año, el estado de los recursos naturales de la
Tierra, sin importar distancias y en los lugares más remotos y ocultos de la
Gaia. Esa tecnología es por supuesto amoral y por ende puede usarse tanto para
prevenir huracanes y evacuar mega ciudades a un ritmo asombroso, como también
para entregar datos precisos para bombardeos quirúrgicos a través de aviones
sin tripulación. Aunque no se lo vea por las emisiones de la CNN, las víctimas
humanas y los daños irreparables a los ecosistemas donde esas comunidades
viven, dan cuenta también de la eficacia de esos mismos dispositivos.
¿Son
los discursos verticales que bajan desde el poder, los que modelan las
opiniones de los ciudadanos? o ¿es aconsejable abandonar el esquema piramidal,
para leer horizontalmente la formación de opinión pública?. El siguiente tema a
definir es ¿dónde está el poder si se trata de cuestiones ambientales?
No
caben dudas sobre el grado de sofisticación de los soportes que canalizan la
comunicación contemporánea. Poder e información son componentes esenciales en
el polinomio y la asimetría entre los términos de esa fórmula, es una de las
mayores amenazas a la formación de una opinión pública verdaderamente cercana a
esa moneda de dos caras, de la que muchas veces se exhibe sólo una.
[1]
Saneamiento es una nomenclatura que la ingeniería hídirica utiliza para aludir
a los sistemas cloacales.